junio 19th in 05. Cerca del verde by .

Ramón, el chofer de la Real

Hoy he pasado un día estupendo. Comida en Saltxipi con un grupo de amigos unidos por el recuerdo del tiempo que pasamos juntos en la Real. Solo estábamos siete pero es comprensible: muchos de los que formábamos el grupo que iba al cine cuando teníamos que pernoctar en ciudades lejanas después de un partido, el grupo de amigos que después de los partidos de casa cenábamos con novias, esposas e hijos en el bodegón Anastasio, está formado por gente ocupada, muchos de ellos entrenando actualmente a equipos de fútbol.


Pero, insisto, ha sido un día estupendo en el que afloraban los recuerdos y sentías la cercanía de amigos que lo fueron entonces y no han dejado de serlo nunca. Entre tantas historias y personajes era inevitable recordar la jornada libre en Portugal de la pretemporada del 92, la más larga que recuerdo, cuando Toshak pensó que el equipo necesitaba distracción y se quedó en la piscina del hotel mientras nos escapábamos hacia Cascais en el autobús que había llegado a Lisboa para llevarnos a casa, después de nuestro paso por Inglaterra, en aquel momento Portugal y después torneo en Salamanca.

Conducía Ramón Zapirain, nuestro chofer. Y he recordado que un día leí con gran sobresalto la esquela que unos niños dedicaban a su abuelo, nuestro Ramón. Decidí escribir algo que les llegara, que explicara que no estaban solos en su dolor, que el aitona fue una persona muy importante en el recuerdo de gente que le quiso. Fue publicado en el blog de Tito Irazusta y hoy he podido encontrarlo entre documentos archivados en mi teléfono para leerlo a mis amigos, que lo fueron suyos.

RAMON ZAPIRAIN, CHOFER DE LA REAL SOCIEDAD

El gol de Juanmi desató una alegría desbordada en el banquillo y después en el vestuario. La emoción de los últimos minutos de los partidos transmitidos simultáneamente ayudó a crear ese ambiente mágico que culmina una muy buena temporada y deja un excelente sabor de boca para que los jugadores, los técnicos, el club, se vayan de vacaciones. Todo es alegría, abrazos, declaraciones de tono eufórico.

Es domingo, ha acabado la Liga, todos contentos. Nadie ha mencionado que el día anterior apareció en el periódico una esquela perdida entre otras para “el aitona Ramón” de unos nietos que estoy seguro le querían mucho. Porque Ramón tuvo que ser un super-aitona como fue un super- chofer, nuestro chófer, nuestro Ramón, el chófer de la Real. No he visto una sola nota, un recordatorio, una condolencia a la familia. Ramón se ha ido y parece que nunca estuvo.

Pero estuvo. Fue una persona importante en un grupo que dentro no hacía diferencias entre el delantero centro y el chófer porque dentro todos éramos miembros del grupo y ejercíamos como tales, cada uno con su personalidad. La de Ramón era especial. No sé si siempre sonreía o lo parecía porque nunca se le vio un gesto de enfado, desdén o ironía. Seguro que vivió la tensión y la responsabilidad de su trabajo como cualquiera pero nunca lo manifestó.

Ramón era quien llevaba el autobús y ese puesto no era un puesto cualquiera. Para comprenderlo hay que situarse: cuando el equipo viaja, el autobús es su casa rodante. Llegábamos a los estadios entre peinetas de aficiones contrarias, a veces muy hostiles, rodeados de policía, viviendo experiencias inolvidables como la de circular a toda velocidad por el Paseo de la Castellana escoltados por motoristas de la Policía Nacional sorteando cruces de calles como en un slalom con las sirenas a tope y saltando semáforos. Ramón paraba, descargábamos y desaparecía a sitios que sólo él conocía porque se quedaba solo para custodiar el autobús durante el partido. Y al salir arrastrando baúles, rodeados de fuerzas de seguridad en una acera, con vociferantes hinchas a dos pasos, veíamos acercarse nuestro “Aizpurua” verde, que era un pedacito de nuestra casa, nuestro refugio.

El acceso era muy exclusivo. Estaba reservado a la expedición, técnicos, jugadores y los dos directivos que acompañaban al equipo en cada desplazamiento. Era la norma general que en muy pocas ocasiones consintió excepciones. Según las circunstancias el ambiente era distinto. Tras una derrota se necesitaba un buen rato para recuperar el tono vital, mandaba el silencio y solo se oían murmullos de conversaciones telefónicas con las familias. Sonido ambiente con la radio que informaba de otros resultados en otros campos. Al entrar cogíamos nuestra bolsa de picnic y ocupábamos asientos que en virtud de normas no escritas tenían nombre propio. Alrededor del mío, en la parte delantera donde se sentaban los veteranos, he disfrutado de compañeros muy ilustres: Kodro, Fuentes, Karpin, Larrañaga… Veo el pasillo interrumpido por las mesas centrales con jugadores jugando a la pocha, Océano, Alaba, Carlos Xabier, un grupo que se anima a charlar y me llama para contar el último chiste, Guru, Imaz, Imanol, Luis Perez, los porteros siempre en los asientos posteriores, Alberto, Yubero, Westerbeld.

Hemos alquilado algunas pelis pero Ramón tiene una reserva en la guantera. Todavía no han llegado los ordenadores personales y todos vemos la misma, generalmente de acción. Pasan las horas y el autobús avanza. Hay gente dormida pero un grupo se dedica a tirar pelotas de papel hechas con el envoltorio del bocadillo y por fuerza tienen que chocar con la cabeza del consejero de turno. Volvemos de Asturias y las directivas han comido una fabada en buena hermandad. Harto de proyectiles se vuelve el ofendido y amenaza: “A ver niños, o dejáis de tirar pelotitas o empiezo a tirarme pedos” Se los ha ganado y todo el mundo estalla en carcajadas. Puede, incluso, que cantemos el “Jeiki, jeiki” o nuestro “Viejo San Juan”.

Ramón sonríe en su trono con volante y solo cruza algunas palabras con Zapi, masajista y primo en no sé qué grado, que se sienta en el balancín. Fuera puede llover y soplar el viento pero el autobús parece llevar una marcha automática porque la velocidad es constante. Tenemos una hora de llegada y siempre, siem-pre, llegamos en el margen de cinco minutos. Paramos para estirar las piernas en una gasolinera con servicio. En ocasiones, si hay suerte, si estamos en horario, si hemos ganado, paramos a cenar en sitios que son algo nuestros, donde ha parado el equipo de otros jugadores que se van dando el relevo. El Landa, el Marinero, el Asador Donostiarra, donde Abrego, el propietario, después de cargarnos con dos enormes cajas de deliciosos bocadillos consigue convencer al entrenador y nos hace bajar del autobús para quedarnos a cenar en Madrid.

Ramón fue nuestro chófer y nuestro amigo. Nos llevó y nos trajo, seguros de su destreza y de su talante de hombre cabal. Con él llegamos a Barcelona, a Madrid, Zaragoza, Valladolid… a tantos y tantos destinos, a Lisboa cuando volvíamos de la gira inglesa y nos llevó en una jornada inolvidable a un grupo de jóvenes, algunos más que otros, a comer a Cascais el día de fiesta entre partidos y entrenos. Vino verde con pescado, chistes y canciones, un equipo histórico y un día mágico. Se detuvo el tiempo y pensamos que el instante sería eterno. Pero hoy no está Ramón y esa dedicatoria “al aitona” me hace pensar en un hombre joven, que nos paseó en su autobús y al que siempre hemos de recordar, no porque lo obligue la promesa al amigo desaparecido, sino porque es una parte de nuestra vida a la que no podemos renunciar.

Por vosotros Monti, Asier y Helena y para que Unai, Emma y Adei sepan que su aitona Ramón fue también un hombre importante porque fue querido. En el autobús de la Real han escrito el nombre de muchos socios pero todos nosotros leemos uno con letras más grandes y más luminosas, el que está impreso pero no visible en la puerta del conductor.