marzo 18th in 05. Cerca del verde by .

Chiaki Ito, un sol azul y blanco

Me parece que ha transcurrido toda una vida desde aquel día en que, al salir de un entrenamiento, paré el coche porque empezaba a llover y una chica japonesa que había estado en el entrenamiento caminaba sola por el camino de Zubieta bajo la lluvia. Me ofrecí a llevarla porque sabía que ella me conocía; nos saludábamos algunas veces cuando montaba en el coche y ella estaba allí, en el parking, sola o acompañada por un grupo de seguidoras del equipo que venían de Japón para ver a la Real. Desde entonces algo cambió en mi vida y en la de mi familia: Michiko prácticamente se quedó en casa, la adoptamos y entró a formar parte de nuestra vida, como lo hizo su país, que ya hemos visitado en seis ocasiones. Hemos conocido a la familia Tanaka, a sus padres, hermanos, sobrinos, la abuela que desde su casa de Iyo-shi vio al otro lado del mar interior un hongo enorme que salía de la cercana ciudad de Hiroshima. Y fuimos a su boda cuando se casó con Pierre, un profesor francés de la Universidad de Kioto que conoció en el avión desde Barcelona todavía con el recuerdo festivo de una Navidad en Donosti y en Allo, el pueblo de mis suegros.

Fuimos conociendo seguidores de la Real en Tokio, cocineros de Ginza y Kioto que habían pasado por Donosti, una profesora de euskera, del mejor euskera aprendido en Azpeitia, en la casa de Koldo Aldalur y con su cuadrilla azpeitiarra -Hiromi habla euskera y un perfecto castellano con acento euskaldun en el que se deslizan frases como ese «¡ay amá!» que firmaría cualquier etxekoandre del Urola- y, finalmente, a todo el grupo de seguidoras japonesas de la Real, Nakane, Yukiko… Entre todas ellas, Chiaki Ito.

Chiaki viene todos los años para ver a la Real, sola, con una amiga y algunas veces con Jun, su marido. Salió la semana pasada en el Diario Vasco con foto incluida, camiseta de la Real antigua porque la actual lleva caracteres chinos. La entrevistaron porque vino a ver el derby. Como todos los años me escribió anunciando su llegada y pidiendo que le reservara entradas para dos partidos. Por su cuenta consiguió también otra para ir a San Mamés con algunos seguidores atléticos «aunque ellos saben que soy errealekoa»

Cenamos en casa el jueves por la noche porque prefiere los guisos de Mamen a la comida de un restaurante. Le gustan algunos platos locales y nunca se pierde las albóndigas. Tampoco un buen Rioja. Estuvo en el derby, lo sufrió, y nos despidió por teléfono antes de tomar el avión de vuelta el martes.

Hoy me ha escrito Hiromi. El jueves Chiaki se fue a dormir pero ya no despertó. Probablemente una embolia masiva. Cuando Jun quiso despertarla pensando que seguía dormida, se llevó la peor sorpresa de su vida.

 

 

 

He hablado con Hiromi, y con Rika la viuda de Javier Agirre, amigos ambos desde que nos presentara -¡hace ya tanto tiempo!- Michiko. Y con Takasi, mi amigo Takasi, una de esas personas que no parecen pertenecer a este mundo, que no sé si ya se ha enterado de que existe el mal y lo ignora, o todavía tiene que descubrirlo. Takasi que un día «escuchó a su intuición» y se dedicó a escribir un libro sobre «Diez Secretos Para Alcanzar La Felicidad». Lástima que esté escrito en kanji porque me hubiera gustado leerlo, no por un interés real en el estudio espiritual que es básico en la vida de personas a las que admiro pero que están reñidas con un sentido de la vida más pragmático -como el mío- sino por saber qué bulle en una cabeza generosa como la suya y, claro, por saber que dice de mí en su libro -«ahora serás muy famoso en Japón»-. Contra todo pronóstico, Takasi se ha vuelto escritor, lleva un blog con miles de seguidores en kanji y empieza a recibir visitas de admiradores y compatriotas que se acercan a una remota ciudad llamada Irún de un remoto y pequeño país junto al Pirineo.

He hablado con ellos y todavía no he hablado con Mamen que me espera esta tarde en Biarritz para cenar en casa de unos amigos. No me atrevo a darle la noticia hasta que volvamos a casa. No quiero oscurecer la velada. Pero ahora, sentado en casa frente al ordenador, escribo estas líneas intentando ordenar mis recuerdos de Chiaki: de aquel primer día en Zubieta, de sus visitas periódicas, de nuestro viaje para que conociera Loyola, para que conociera el frontón Beotibar y la pastelería Gorrotxategi, de las cenas en Cámara, en el Urola, en Kaia, en Rekondo… Era imposible sorprenderle. Conocía nuestros rincones y nuestras costumbres. Participaba  de todo y se entusiasmaba por todo. Por el Rioja, por el txakoli que llevaba a Japón, por las pitxias que le vendía Asun en «Makolo», por su cargamento de camisetas y recuerdos de la Real. Su Real.

Y sus recibimientos. Desde el primer año, cuando llegábamos a Japón reunía como en una tradición inexcusable al grupo de «errealekoak» y nos llevaba a cenar a cualquier punto de Tokio que pudiera interesarnos. Al restaurante de un discípulo de Martín en Ginza o a una taberna de comida en la barra, con el propietario y los empleados escrupulosamente vestidos de seguidores de la Real. No falló una sola vez. Aunque fuera día de labor y tuviera que viajar desde su barrio, cuyo nombre no puedo recordar, hasta el Keio Plaza, nuestro hotel preferido en Shinjuku, con una hora de trayecto en metro.

Sobre todos esos recuerdos siempre terminamos con el de aquella noche en Montjuich. La Real salvada, último partido de Liga y el Español necesitado de victoria para salvarse. Tuvieron que sufrir lo suyo porque, aún con nuestro equipo relajado o precisamente porque estaba relajado, el Español no fue capaz de marcar hasta minutos antes de acabar el partido.  La Real volvía a casa pero yo tenía que quedarme en Barcelona para una consulta médica con un jugador el día siguiente en la Clinica Dexeus. El autobús tenía que recorrer el camino de salida desde la puerta de vestuarios hasta la verja de entrada en el estadio. Paró para que me bajara y conmigo Aitor Lopez Rekarte -ahora mismo te llamo Aitor para darte la mala noticia- que había guardado su camiseta para la presidenta de su club de fans japonesas. Hicimos un larguísimo recorrido por los paseos de Montjuich para bajar a la Plaza de España, rodeados de seguidores con muy malas caras que mentaban la madre de los jugadores de la Real, escondiendo el escudo de mi uniforme y rezando para no ser reconocido. Junto a mí, una Chiaki bastante asustada que despedí al llegar a la plaza asegurándome que tomaba un taxi con la dirección de su hotel.

Entonces sabía que volvería a verte y así fue. Todos los años. Fiel a tu cita con tu equipo y tus amigos. Paseando tu orgullo «errealekoa» a pesar del descenso, de las derrotas, de lo que hemos tenido que soportar durante algunos años. Tu última imagen es la de la entrevista en el Diario con tu camiseta de Krafft. Ya no volverás Chiaki. No volveremos a brindar con Viña Ardanza pero me quedo con el sake de esta última visita porque pensamos celebrar tu recuerdo y pensar en ti el próximo derby. Arigato gozaimasu

Un comentario

  • Avatar Eduardo Escobar Martínez
    18/03/2017