Ni en los tiempos más entusiastas de mi aprendizaje contemplé la posibilidad de dedicarme a la cirugía del pie. El programa de estudios incluía ese apartado y cumplí con el trámite. Operé unos cuantos pies y abordé otros aspectos de la profesión que de verdad me interesaban. Recuerdo que uno de los adjuntos del servicio confesó en un momento de debilidad cierto tipo de inclinación por esta cirugía y pasó a ser -con bastante reticencia por su parte- el referente del que se colgaban todos los juanetes que filtrábamos en la consulta externa.
Los gestos quirúrgicos en esta sobre-especialidad son muy reglados y eso resulta atractivo para el joven cirujano, pero el curso postoperatorio, complicaciones y resultados, no despertaron -precisamente- mi entusiasmo. Los pacientes permanecían ingresados en el hospital durante varios días, sufriendo dolores que debían combatirse -parcialmente- con analgésicos muy potentes. Decidí que no era lo mío y opté por ceder todos los casos a don Máximo, el sufrido adjunto «que olía a pies», según broma habitual del colectivo de residentes.

          Pasó el tiempo y los avatares de la profesión me fueron llevando a una especialización en artroscopia; me convertí en un verdadero artroscopista y eso marca. La mentalidad del traumatólogo es diferente a la de cualquier otro cirujano, es un tipo médico muy diferenciado dentro del hospital. El artroscopista es otro punto de la escala, es el traumatólogo evolucionado, el rompedor del servicio, el más «puesto» en tecnología, en electrónica, a veces en informática. Se forja un carácter distinto que, en lo estrictamente profesional, se define por características entre las que prima la obsesión por la mínima incisión, por la menor agresión posible, por la reducción de la ventana de entrada.

          Tantos años escrutando el interior de las articulaciones, haciendo artroscopia de rodilla, de hombro, de tobillo, de codo… pero nunca, ni por casualidad, se me hubiera ocurrido operar un hallux valgus, un juanete, vamos. Hasta que un día, alguien que había hablado con alguien que había visitado a alguien me dijo que había descubierto una técnica no invasiva para la cirugía del antepié, una maravilla quirúrgica, resultado del ingenio de un cirujano imaginativo y capaz. Con anestesia local, sin ingreso –el paciente sale del quirófano por su propio pie-, sin dolor postoperatorio. No lo podía creer. Recordaba el sufrimiento de pacientes ingresados durante días, el larguísimo postoperatorio, las secuelas… me pudo la curiosidad y visité al Dr. De Prado.

          Y se me abrió un mundo insospechado. Me contagió su entusiasmo, me enseñó lo que sabía –tardé años en asimilarlo- y me convenció de tal manera que acabé visitando la cuna de la Cirugía Percutánea del Pie. Junto con un grupo de cirujanos –todos artroscopistas, ¡oh casualidad!- viajé a Nueva Orleans para asistir a un curso de la Sociedad de Podiatría Americana, donde Stephen Ishan, padre de la técnica, presentaba varias comunicaciones.

          Antes de la inauguración, nos preparamos a vivir el momento más esperado del curso: Mariano De Prado nos presentaría al doctor Ishan, un americanote de ojos azules, cabello y barba rubios, que avanzaba por el pasillo hacia nosotros con el aspecto de quien acaba de rodar “Siete novias para siete hermanos” Al firme apretón de manos, respondimos con toda la cortesía, nuestra mejor pronunciación y la fórmula más apropiada al escenario yankee en el que nos encontrábamos:

          -Nice to meet you. Mister Ishan.

          -¿Cómo les fue? Llámenme Esteban.

          La sorpresa por oír hablar en español a esa especie de arquetipo mormón que es el doctor Ishan, con un acento entre Iowa y Jalisco y esa mirada limpia del que después ha sido nuestro amigo Stephen, nos dejó absolutamente mudos. Y a Mariano, muerto de risa porque estaba esperando el momento. Teníamos que haberlo supuesto porque Mariano habla muy bien francés e italiano pero su inglés le sirve para pedir la cuenta y dar los buenos días. Y se había pasado tres meses en Seattle con Stephen, conviviendo de sol a sol.

          El padre de Stephen se casó en segundas nupcias con una mexicana, que se empeñó con esmero en que su nuevo hijo aprendiera el español. Lo hizo muy bien pero no pudo evitar un resultado fonético atípico, con una mezcla de acentos como sólo se dan en ese lugar del mundo donde se habla el inglés áspero del americano medio y un castellano dulce importado de Mexico.

          La relación con Stephen Ishan resultó, por tanto, mucho más fácil de lo esperado y ha sido un factor determinante –junto a otros no menos importantes, como su calor humano y haber topado con un genio de la talla de Mariano- para que la cirugía percutánea del pie se conociera y triunfara en Europa. A partir de aquel momento multiplicamos nuestras asistencias a los foros organizados para difundir la técnica, convirtiéndonos con el tiempo en sus primeros apóstoles. Desde hace algunos años somos profesores en cursos prácticos para especialistas, aportando lo que hemos ido aprendiendo –no sin dificultad- todos estos años.

2 Comentarios

  • Avatar Dr. Alberto Valer C.
    26/11/2010
  • Avatar Eduardo
    28/11/2010